Aus Kapitel 2 / del capítulo 2
Wenn die tödliche Lava auf die Landschaft niedergeht, was passiert dann mit der Landschaft in der Dunkelheit? Wird sie sich wehren? Werden ihre kleinen Pollenkörner, die so wehrlos sind, aus irgendeinem Spalt im Strom herausschwimmen? Hat jemand diesen Prozess des Verschluckens untersucht? Wird es eine exakte Kopie des genetischen Codes von etwas geben, das dort war und in fünftausend Jahren oder mehr nach und nach durch das Ödland freigesetzt werden wird?
Cuando la lava letal desciende sobre el paisaje, ¿qué le pasa al paisaje en la oscuridad? ¿Opondrá resis-tencia? ¿Saldrán a flote por algún resquicio de la colada sus pequeños granos de polen, tan indefensos? ¿Ha investigado alguien este proceso de deglución? ¿Habrá una copia exacta del código genético de algo que estuvo ahí y que se liberará dentro de cinco mil años o más a través del malpaís?
Aus Kapitel 4 / del capítulo 4
... Die Morgendämmerung schmiert Schwefel auf deine Lippen. Er erinnert mich an den Geruch, der mit dem Rauch unter dem Deckel der Feigenkiste hervorquoll. Mutter tränkte einen Streifen altes Hemd, den sie zuvor mit Wasser angefeuchtet hatte, in Schwefel und legte ihn in den Tea-Kasten, um die alten Feigen vor den Würmern zu schützen. Diese Erinnerung versöhnt mich heute mit dem Geruch von Schießpulver, dem Geruch von verbranntem Schießpulver; nicht mit der Asche, die ununterbrochen fällt und unsere Augen müde macht, wie lange wird sie unseren Blick trüben? ...
Die Lava bewegte sich langsam vorwärts, zog ihre trägen Poren durch die Erde, die feurigen Löcher ihrer Augen überragten die Dächer der Nachbarn. Sie füllte den großen Wasserlauf des Minigolfplatzes, an den wir angrenzten. Nach dem Gelage lehnte sie sich erschöpft an die Mauer unseres Gemüsegartens und ruhte dort regungslos in der Ecke, scheinbar schlafend. Wer hielt hier wen? Sie erstickte die Avocadobäume am Rande und verschonte das Leben der übrigen Obstbäume, als wollte sie dem Haus sagen: Du leuchtest, aber wer weiß, ob du morgen noch leuchtest. Und dort blieb es wochenlang, tapfer blau.
... Die Nachbarin auf dem Hügel hat die Asche von der Pergola geschüttelt: „Es kann nicht hierherkommen, das ist unmöglich. Sobald der Vulkan aufhört, komme ich wieder“, sagte sie verliebt. Aber es sollte nicht sein. Auf dem Rückweg in dem mit Büchern beladenen Lieferwagen, auf der Straße nach El Hoyo wurden sie von dem undankbaren Strom überrascht, die sich heimlich von hinten anschlich. Ohne ein Wort, unter Schock, fühlten sie, dass sie etwas retten mussten, und kehrten um.
Inmitten einer Wolke von Amseln bemerkten sie den Puls des Hauses; sie sahen es lebendig und schön, und es war genau der richtige Zeitpunkt, sich mit den Augen zu verabschieden, während sich die Zunge unaufhaltsam bewegte. Dieser Strom zog den anderen an, und die beiden umarmten sich und umarmten sie. Der Nebel, der aus der Mündung eines offenen Rohrs an der Straße aufstieg, kündigte das Ende an, der Vulkan sandte seine Signale. Eine weiße Rauchfahne stieg aus dem Küchenschornstein auf. Der Rauch nahm die Form des Daches an und trübte es. Die Szenen des Brandes erreichte uns jeden Augenblick über das Mobiltelefon, bis die Lava die Spitze des Schornsteins verstümmelte. Vor der Vernichtung schien es, als würden plötzlich alle Lampen brennen.
...El amanecer te unta los labios de azufre. Me recuerda el olor que se derramaba con el humo por debajo de la tapa de la caja de los higos. Mamá empapaba de azufre una tira de camisa vieja, previamente humedecida con agua, y la introducía en la caja de tea para proteger los higos pasados de los gusanos. Esta recreación de la memoria te reconcilia con el olor a pólvora de hoy, el olor de la pólvora quemada, no con la ceniza que cae ininterrumpidamente y nos gasta los ojos, ¿por cuánto tiempo nos empañará la mirada?...
La lava avanzaba lenta, arrastrando por la tierra sus poros indolentes, los orificios encendidos de los ojos sobrepasaban la azotea de los vecinos. Rellenó la gran vaguada del minigolf con el que lindábamos. Después de la panzada, exhausta, se recostó en la pared de nuestra huerta y allí aguantó apoyada, inmóvil en la esquina, aparentemente dormida. ¿Quién sostenía a quién? Asfixió los aguacateros de la orilla y le perdonó la vida al resto de los frutales como diciéndole a la casa: Brillas, pero quién sabe si mañana brillarás. Y ahí permaneció semanas, valientemente azul.
... La vecina del morro sacudía la ceniza de la pérgola: “Aquí no llega, imposible. Desde que acabe el volcán, pienso regresar”, decía enamorada. Pero no pudo ser. De vuelta, con la camioneta colmada de libros, por la carretera del Hoyo, los sorprendió la ingrata colada que se aproximaba sigilosa por la espalda. Y sin decir palabra, en estado de shock, sintieron que debían rescatarla y volvieron.
Entre una nube de mirlos, notaron el pulso de la casa; la vieron viva y hermosa, y hubo el tiempo exacto de decirle adiós con los ojos mientras la lengua se movía inexorable. Esta colada atrajo a la otra y entre las dos la abrazaron y la abrasaron. El vaho que salía por la boca de una tubería abierta en el camino presagiaba el final, el volcán enviaba sus señales. Un hilo de humo blanco emergió por la chimenea de la cocina. El humo adquirió la forma del tejado y lo nubló. La secuencia de la quema nos llegaba a cada instante vía móvil hasta que la lava mutiló la punta de la chimenea. Antes de la aniquilación, pareció que se encendieron de pronto todas las lámparas.