en Facebook, 19.09.2022
en este momento (a las 15.12 hora canaria, 19.09.2021, aquí ya es una hora más tarde) comenzó la erupción del volcán, ahora llamado Tagojaite. La desaparición de casa y jardín sin dejar rastro me preocupó más de lo que podía imaginar (como estoy seguro de que lo hizo con todas las demás 1000 familias que perdieron más que yo) Pero uno no se imagina algo así.
Cómo todo el mundo no podía imaginar esta cruel guerra de agresión.
Todavía sueño con ello a menudo. Estoy en la casa con los autores (algunos manuscritos originales de épocas anteriores a la digitalización también se encuentran en las paredes centenarias de la casa en lo profundo de la piedra de lava. Tal vez las formas de las paredes sigan ahí). La luz parpadea a través de las ventanas hacia las habitaciones, fuera las finas hojas de los almendros se mueven con el viento (el viejo almendro que estaba junto a la ventana había desaparecido antes) - y desde los árboles en flor que están más abajo vuela una bandada de diminutos pájaros amarillos y brillantes, son los mosquiteros que solían reunirse allí cada mañana y cada tarde, abro todas las puertas, cada habitación tenía una puerta, y sé que no es cierto. Y huir, a través del negro, sin descubrirlo.
Y me gustaría recomendar libros diferentes de volcán, o al menos uno de ellos, dependiendo de sus preferencias de lectura.
Diario de un volcán, literariamente el más intenso, cercano, de Lucía Rosa González (cuya casa azul resistió muchas semanas hasta que tuvo que rendirse a la lava -Fotos de esto en el libro, de Sarai Pais ) - Edad de lava, de Gudrun Bleyhl, con muchas fotos de Facundo Cabrera y otros, cercano a la vida cotidiana, conmovedor, con información factual y flashbacks autobiográficos de la vida, el amor y la isla desde el año 2000 - Hay otros libros interesantes cuyo pedido posiblemente también podríamos hacer a través de nuestro sitio.
En la guía de viaje especial de Inés Dietrich (Vive La Palma. Una guía para 12 meses), insertaremos un suplemento.... Porque unos tres paseos recomendados en el libro ya no existen. Pronto podrá descargar el suplemento bilingüe en formato PDF aquí.
Aquí están mis recuerdos de la desaparecida "aldea familiar". Muchos grupos de casas similares estaban dispersos en el valle. El texto está impreso con una pequeña selección de áginas de imágenes en "Lavasteinzeit", aquí también como .PDF para descargar.
Muchas comunidades caseras se encontraban repartidas en el valle.
En El Apurón (30 de octubre del 2021) hubo un artículo acerca de Todoque. Punto de partida es un grupo de antiguas casas de piedra lávica, las casas de los bisabuelos y de sus bisabuelos, por el autor Jesús Pérez Morera. Relata la historia de generaciones y familias en la región de Todoque, remontándose en parte hasta el siglo XVI/XVII.
Muchas de las casas desaparecidas a algunas generaciones; otras fueron construidas hace poco y, en parte, por los mismos habitantes. Las historias de las casas, de los jardines y de las plantaciones permanecen vivas en los recuerdos y en las fotos, siempre y cuando estas fotos todavía existan. Algunas de estas historias serán puestas en papel. Si redactáramos las historias de todas las casas y las incluyéramos en este libro, sería una colección de varios tomos. A continuación una de estas:
Cuando vimos la antigua casa por primera vez, la luna se reflejaba en el mar más abajo. (Así podría empezar una novela). La luna resplandece en todos los mares del mundo pero aquí resplandece de una manera especial – esa era la impresión que teníamos. La antigua casa consistía de paredes de piedra lávica de medio metro de ancho. Parecía indestructible. No había agua ni luz pero sí un aljibe en el cual se recolectaban las aguas lluvias, así como una cubeta con una cuerda. Nuestro vecino había pasado aquí su niñez, al igual que sus antecesores. Cuando era joven, emigró a Santo Domingo y conoció allí a Doña P.; los dos regresaron juntos a La Palma y vivieron el primer tiempo en la antigua casa. Había una pequeña cocina con mostradores de piedras y para cortar la carne se utilizaba un tocón de eucalipto. Esta antigua casa, así como el terreno al final del camino rural, pertenecía a una tía; el vecino era propietario del terreno en la parte superior del camino que después se convirtió en carretera y obtuvo el nombre El Frontón. Pronto construyeron una nueva casa que, a lo largo de los años, se convirtió en una nube de flores. Flores en macetas en la terraza y plantadas alrededor de la casa – una pasión de la vecina. Udo Rabsch, médico generalista y autor, compró la vieja finca. La “jefa” de una pequeña editorial independiente como yo jamás hubiera podido pagar el precio de antaño (mucho menos el actual). Nuestra editorial se parece un poco a una familia mayor. Desde ese tiempo, diversos autores de la editorial vivieron y escribieron en esta casa. Algunos de sus libros relatan historias sucedidas en la isla.*
En 1981 visité la Palma por primera vez. El viaje había sido un regalo. La editorial apenas había sido fundada tres años antes y yo había finalizado sin pausa alguna el tiempo de pasantía, un trabajo como profesora en un hospital y, a la par, el tiempo de fundación de la editorial. La que me regaló el viaje me recomendó: “Tómate unas vacaciones de la editorial. Para poder relajarte, debes olvidarte totalmente de la editorial.” Vivía en el Casa Roja en Mazo, en ese tiempo un hotel, un cuarto con una tina de baño enorme, hecha de piedra lávica, aunque apenas se podía cubrir el suelo con agua caliente. Lo de las vacaciones de la editorial no funcionó. Viajé mucho por la isla y me enamoré de los paisajes y de las personas. Empecé a gestar una idea general de un libro. La segunda vez viví en Todoque, en las pequeñas casas vacacionales de Orlando, en medio de los plátanos. Los primeros autores visitaron La Palma, entre ellos Udo Rabsch. Conocí a Simone y se empezó a concretar la idea del libro. En 1985 publicamos un libro bilingüe con textos literarios en el que se encontraron autores de la isla y viajeros; a la vez podía servir como guía turística. Fue el primer libro en Alemania acerca de la isla La Palma; anteriormente solo se había publicado un breve capítulo en una guía turística de la editorial Dumont que abarcaba todas las Islas Canarias. “Weil sie in den Himmel sieht … porque mira al cielo … La Palma. Die Canarische Insel”, rezaba la portada. En el mismo año se inauguró el observatorio. Hubo muchas reacciones entusiastas. El libro se vendió bien en Alemania y animaba a la gente a viajar a la isla o incluso se decidieron por vivir allí de manera permanente (directamente después de la catástrofe de Chernóbil en 1986, el cajista del libro y el distribuidor berlinés se radicaron en la isla). Más de 35 años después, en el 2021, publicamos un segundo libro de lecturas literarias de La Palma; entre estos dos libros publicamos traducciones de novelas y relatos de autores canarios, entre otros, el clásico de las canarias “Mararía” de Rafael Arozarena.
La casa y el jardín se habían convertido en mi segundo hogar, o, simple-mente, cuando estaba allí, se convirtió en mi hogar. Durante casi 37 años pasé cada año por lo menos tres meses o más en la isla. En la casa dejaba materiales para libros, manuscritos originales, escritos a máquina (de tiempos predigitales), bocetos hechos a mano, cartas y fotos, convirtiéndose involuntariamente en el archivo palmero de la editorial.
La casa, en forma de L, era una casa de campo típica canaria, adaptada al entorno. Una parte consistía de dos pisos con un techo inclinado y la otra de un piso con un techo plano; había sido adaptada exactamente a la ladera, usando piedra lávica. En la parte con el techo plano había un cuarto pequeño y una cocina; en la parte superior de los dos pisos se encontraba otro cuarto grande. Las puertas eran de tea, de duramen pirorresistente de los pinos canarios. En la sala inferior de los dos pisos incluimos una ducha, un calentador de agua, el baño y en y en el exterior bajo tierra el pozo negro. Las paredes del baño eran de color negro, de piedra lávica sin enlucido. En algún momento, una amiga colocó baldosas con estructuras artísticas en el suelo y enlució y pintó las paredes de yeso. El negro de la lava (el observador detallista lo considerará más bien multicolor) le causaba escalofríos. El agua era bombeada del aljibe. Uno o dos años después, Udo compró la cuota (la participación) de agua. Para ir al baño, teníamos que salir y bajar por la escalera exterior. Algunos decían: “No entiendo cómo pueden vivir de esa manera: que tengan que salir de la casa para ir al baño.” Hasta sus últimos días, la casa permaneció tal como era: las viejas baldosas, la cocina con los mesones de piedra y algunas sillas del tiempo anterior a nosotros. La foto de la joven pareja de recién casados junto a las sillas sobre las baldosas rojas de nuestra habitación colgaba de la pared de la sala central, en el que se sentaba la “jefa” de la familia vecina cada vez más numerosa, Doña P., y en la que entraba y salía la familia, el parentesco, nosotros y los demás vecinos y donde nos reuníamos para celebrar alguna cena festiva. El doctor Udo (ya no puede viajar y me cedió la dirección completa de la editorial, quedando como propietario “oficial”) ayudó a muchos vecinos y familiares en múltiples heridas y enfermedades mayores y menores.
Con la ayuda de los vecinos, convertimos el establo de cabras en una habitación para invitados y plantamos una buganvilla a sus pies. Y más tarde otra habitación con grandes ventanas, bajo la terraza del antiguo aljibe.
Ya no fue necesario bajar por la escalera al baño y de allí un par de escalones más a la segunda habitación para invitados. El camino, empedrado con piedras de la playa en Puerto Naos, llegaba hasta el establo, envuelto en pocos años por la buganvilla, formando una nube rojo oscura. Desde su terraza nos acompañaba el dulce olor de una higuera y en el techo había crecido una opuncia enorme. Junto al asiento de piedra se encontraba el tocón de eucalipto y una cosa fantasmalmente rara, un eslabón oxidado con huecos como ojos. Habíamos traído esta pieza junto con las piedras de la playa de Puerto Naos (en el tiempo que todavía estaba la estructura del hotel; en el paseo marítimo había un solo local, el bar restaurante La Nao y todavía no habían plantado las palmeras en la playa. No recuerdo bien si todavía estaban las pequeñas casas vacacionales, cuyos fundamentos sirven hoy como parqueadero o si ya las habían retirado. El eslabón provenía de la cadena de suministro para una base de control de cohetes de los EEUU, activa en Puerto Naos hasta 1974 y que no solo buscaba señales de submarinos rusos, sino que también ubicaba señales de una erupción del Teneguía, como fuertes movimientos submarinos, informándolos al gobierno español).
Al escuchar “nunca más la escalera al baño” pienso en un frío día de enero. Delante de la casa, el almendro había desplegado sus primeras flores y yo estaba hablando por teléfono con mi madre. Poco antes de mi viaje, ella había sido dada de alta en el hospital y se encontraba rumbo a la rehabilitación. Me había convencido de volar porque ya le iba mejor. Hablamos durante un largo tiempo. Dijo que lamentaba algunas veces, no haberme acompañado en 1986. Era el año 2008. En 1986 recorrí la isla con mi antiguo escarabajo azul que nos acompañaría durante muchos años y la había invitado a acompañarme. Estaba un poco deprimida en ese momento, la aventura del viaje podría haberle ayudado a salir de su depresión. Tiempo después, visitó la isla varias veces, así como también mi hermana, sobrinas y sobrinos, mi hermano sólo una vez. También me dijo que sí le gustaría volver a viajar a la isla. Y, tonta de mí, le respondí: “No creo que eso ya sea posible... Volar con tu débil corazón. Y si estuvieras aquí, no podrías bajar y subir las escaleras para ir al baño.” En ese momento empezaron a ladrar los perros de los vecinos más abajo. Yo me encontraba afuera porque no tenía una buena cobertura dentro de la casa. Casi no nos entendíamos y nos despedimos. Rumbo a la playa de Puerto Naos, se me ocurrió que podría dormir en el cuarto de visitas reservado en ese tiempo para Udo, el que se encontraba debajo de la terraza; desde allí habrían sido muy pocos escalones hasta el baño. Y si hubiera tenido que escalar trechos más largos durante los paseos por la isla, seguramente le hubiéramos ayudado. Quería llamarla camino al Alcalá y ya tenía el teléfono en la mano pero lo dejé para más tarde porque pensaba que era muy peligroso. Igual, ya hablaremos por teléfono en otro momento. Dos días después – no había llamado otra vez – cayó en coma y murió, mientras yo me encontraba en sentada en un avión de la aerolínea Condor en Tenerife, cuya salida se atrasaba más y más.
A lo largo de los años, los hijos y nietos de los vecinos construyeron otras casas en el terreno. Se desarrolló un pueblo familiar y nosotros éramos parte de él. Las historias familiares en el pueblo podrían ser material de novelas (¡Tantas historias familiares!). Nuestra casa también fue escenario de algunos dramas y romanticismos – ¡Todo por el amor! El pueblo se encontraba debajo del Cabeza de Vaca que en la primavera florecía formidablemente; los jardines alrededor de las casas estaban llenos de frutas.
Mi escritorio se encontraba en una esquina de la casa, protegido por el viento. A lo largo de los años, la amplia vista hacia abajo y hacia el sur me ha otorgado muchos sentimientos de felicidad. Miles de caídas de sol, formaciones de nubes y colores del cielo. A veces cosechaba naranjas de las nubes. Miré a través de nuestro gran jardín silvestre en terrazas y toda la parte ahora enterrada del valle hasta el mar, podía ver grupos de casas, mucha vegetación, las dos montañas, la de Todoque y de La Laguna; años más tarde (1993) se incluyó a esta vista la punta del faro. Caídas de sol en todos los colores pastel, así como sus reflejos en los estanques de las plataneras. Posteriormente fueron ópticamente reemplazadas por las cubiertas blancas de las plantaciones. Tal como lo leí en un artículo del constructor de muchos de estos estanques, Juan Manuel Batista, las delgadas paredes de hormigón armado (reforzadas en el interior con tubos metálicos) son tan sólidas (porque tienen que soportar la presión de agua en todas las direcciones) que la lava inicialmente fluyó alrededor de éstas. Solo si la lava crecía en altura, desaparecían también los estanques. En los inicios, en la parte superior del valle, había más almendros que hoy y en enero, cuando estaban en flor, solo se veía una nube rosada, salpicada por cabras que pastaban en medio de esta. Más tarde se construyó el polígono industrial, se construyeron nuevas casas y a diestra y siniestra se asentaron nuevos vecinos que estaban emparentados de alguna manera; crecieron nuevos árboles – también los nuestros que habíamos plantado junto a las higueras, los nogales nísperos, los ciruelos y los almendros. Naranjos, limoneros, manzanos, guayabos, perales y nectarinos. La antigua palmera individual, situada junto al terreno, obtuvo la compañía de seis palmeras pequeñas, las cuales alcanzaron un buen tamaño después de 35 años; desde lejos, el grupo de palmeras alrededor de nuestra casa en un lugar tan alto, parecía un oasis. En algún momento, el vecino, al que conocí como niño porque jugaba con los nietos de los vecinos, construyó un establo enorme para cabras (que crecía cada año). ¡Una fábrica de quesos! De vez en cuando subía el olor hasta nosotros. De vez en cuando nos asustaban los berridos de cabras al parir. Algunas veces al día, una manada de podencos levantaba su voz en coro. El carro del panadero, el del pescador, el de los dulces – todos pasaban con su musiquita. Y cada vez había más cachorros. Ningún cable de alta tensión cortaba la imagen. El gran cielo. Las estrellas, la vía láctea como una nube. ¡Tantas estrellas no se mostraban en Alemania! Una vez estaba acostada en un colchón en la terraza y miraba al cielo estrellado. Una gran estrella fugaz pasó tan lenta que también pude visualizar las demás. En 1997 vi pasar el cometa Hale-Bopp.
La vista desde mi escritorio la tengo fija en mi mente. Asimismo los caminos en el entorno, las carreteras y las casas en los viajes al mar y al realizar las compras.
A menudo fui sola. La naturaleza, los viejos muros y yo, hundida en libros, vista hacia abajo, sobre los árboles y los cactos hasta el mar. De la casa del vecino de arriba no podía ver nada.
Apenas llegaba a la casa, venían animales para acompañarme. En los últimos años fue un pequeño perro moteado de la vecindad, al que le colgaba una oreja. En las noches se sentaba en el cojín en mi escritorio (que se encontraba afuera, en un banco de piedra en la esquina). Cuando salía en la mañana, se retiraba de éste y se acurrucaba junto a mis pies. Al inicio intenté infructuosamente de expulsar a los gatos. Había gecos, lagartijas y mariposas; en verano nos venía a visitar un monarca grande cada día y a la misma hora, sentándose por un tiempo en alguna de las tumbonas.
Durante más de veinticinco años, vivió una pareja de grajas en la palmera grande al borde del terreno. Cada año, sus retoños aprendían a volar. Una vez, incluso, defendieron su territorio contra mis huéspedes. Se ubicaron de una manera amenazante en el hombro – quizás solo fue una manera amistosa de saludar. Pensando en las grajas, pensé en un poema de la autora Lucía Rosa González que traduje junto con una amiga poco antes de iniciar la erupción volcánica. La autora logró transmitir en sus líneas la sensación de los olores y de los ruidos de la isla, el viento y las suaves garras de las grajas en los naranjos. También describía cómo el jugo salía lentamente de las naranjas al exprimirlas. Sí, las garras de las grajas son sorprendentemente suaves y se lo nota especialmente cuando se sientan sobre uno, lo cual, en todo este tiempo, me pasó una sola vez.
Había estado nuevamente con amigas y con una ayudante de la editorial en la casa. También había ratones. Las amigas las consideraban tiernas, les ponían un poco de pan en el mesón de la cocina y fotografiaban a los tiernos ratoncitos al robarlo. Conseguimos trampas para cazarlos vivos, llevamos los animales a lugares muy alejados y volvían a aparecer. Una vez que se fueron las amigas, escondí todos los alimentos. Para mi sorpresa, al día siguiente había rastros de mordeduras de ratones en la bolsa suspendida en la cocina. Por lo tanto adquirí una olla de cerámica con una tapa pesada (la ligera tapa de aluminio de la sartén con restos de comida habían levantado sin problemas y, cuando a la mañana siguiente entré a la cocina, salieron saltando de la sartén). Espero que desaparezcan, una vez que se queden sin alimentos.
A la siguiente noche me desperté porque un ratón estaba comiéndose los callos en mis codos. Eso me llevó a comprar las otras ratoneras…
En ese tiempo, la autora Regina Nössler me recomendó escribir todo, porque sería material para una novela como “El muro”. En los primeros años en la casa había leído con mucha atención la famosa novela de Marlen Haushofer. Repentinamente, una mujer está sola en el mundo, rodeada únicamente de animales. En verano del 2021 leí nuevamente esta novela. En los últimos años ya no se avistaron muchos ratones, quizás también porque había muchos gatos. Además de los ratones, algunas ratas también habían dejado pequeños almacenes de alimentos en las rendijas de la piedra lávica del establo de las cabras. Quien dormía allí a veces podía escuchar los sonidos que hacían al abrir las cáscaras de las almendras.
Cuando desapareció la pareja de grajas – probablemente habían muerto – entraron palomas, sentándose en las palmeras. Desde lejos, cuando salía a pasear por el Cabeza de Vaca, ya podía divisar la vieja palmera mayor y sabía dónde vivía. Al final fue lo último que se pudo ver de la región.
Aproximadamente a la edad de 15 años, el vecino había visto la erupción del San Juan desde nuestra antigua casa; especialmente se acordaba de los explosiones de vapor cuando explotaban los aljibes.
Al momento de la erupción actual, los vecinos estaban todos en sus casas y no habían sido evacuados, debido a que nadie pensaba que la erupción sucedería tan rápido. Además, todos habían pensado que sería más al sur.
Doña P. me lo contó con lujo de detalles. Fue un domingo común y corriente. Como siempre, estaba sentada en el cuarto en el que se reunían todos, donde se comía, entre la cocina, el baño y el dormitorio, y cosía como siempre frazadas de rectángulos de tela; la televisión presentaba una película, cuando el nieto – ahora de casi cuarenta años de edad – entró con una voz grave por el miedo, diciendo: el volcán.
Todos salieron tal como estaban en ese momento: los nietos, los bisnietos, la hija justo se había bañado. La vecina todavía sueña con ello. Era increíblemente cerca, a una distancia aproximada de 300 o 400 metros de nosotros, al noroeste de la Montaña Rajada, a la cual fuimos a menudo; además está en nuestra dirección. Fue como una bomba atómica. Enseguida huyeron, solo con lo que tenían puesto. Y, debido a que la casa quedaba tan cerca del lugar de la erupción y había el peligro de una concentración excesiva de gases nocivos, nunca pudieron regresar, a pesar de que, en las primeras semanas, el flujo de lava no pasó directamente por la casa: bajó por la calle Alcalá y no entró a El Frontón.
Los vecinos esperan poder regresar algún día. Nos enviaron un vídeo privado, en el que se podía ver que todo estaba intacto. Yo también guardaba esta esperanza.
Desde que la vecina llegó de Santo Domingo a la región Paraíso/Tacande/Las Manchas (en el contrato de compraventa en nuestra escritura de compraventa decía como dirección: “El Paraíso, sin número”), siempre había estado allí. Nunca visitó la Caldera o el norte de la isla. A veces tenía que ir a Santa Cruz. Solo una vez viajó con su esposo a Santo Domingo. Considera el hecho que no tenía nada más que la ropa que llevaba, como algo irreal. Como si ya no fuera ella misma, como si la erupción la hubiera convertido en una Doña P. diferente. No tenía una foto de su esposo que había fallecido pocos años antes. Que era demasiado vieja, decía, que ya no podía caminar y que no podía imaginarse vivir en otro lugar, lejos de sus contactos sociales – la familia se había dispersado. Solo uno de los nietos había asegurado su casa después del gran incendio del 2016; todas las demás casas, al igual que nuestra segunda residencia, no estuvieron aseguradas. Viven con parientes, parejas, Doña P. primero vivió en El Paso, luego en Tazacorte, los demás en Mazo, Tajuya, Tazacorte, Tijarafe, Los Sauces, uno vivió por un tiempo en Alemania con su empleador y amigo, administrando sus casas. La vecina no quiere ser una carga para nadie. Espera poder cambiarse a una de las casas de madera que también se están construyendo en El Paso. Esto le bastaría. Si tan solo tuviera más espacio para las flores. Su hijo menor espera encontrar un terreno, donde podría construir algo para su madre y para sí mismo. Preferiría un terreno más grande, donde también podrían construir otros de la familia y los vecinos de antaño y formar un nuevo pueblo familiar. “No debemos acongojarnos por lo viejo; empezaremos de nuevo. Mantendremos lo viejo siempre como recuerdo. Pero la nostalgia no ayuda” afirma.
Poco antes de mi retorno a Alemania, después de mi última estadía en verano del 2021, la esposa de uno de los nietos me regaló una lechuga enorme y rosas rosadas con un olor delicioso. Había visitado su casa ampliada y pintada de un turquesa suave, alabado la huerta con sus lechugas y admirado las viejas variedades de rosal que había plantado con mucho amor. Me acuerdo de este detalle. Nunca fotografío alimentos pero en mi cocina fotografié la lechuga. Del pueblo familiar casi no tengo fotos, una casa de color verde claro, uno de color lila claro, uno rosado y amarillo; uno era especialmente grande, este hijo de la vecina siguió construyendo: un segundo piso, nuevas terrazas y garajes.
Me encontraba en Alemania, realizando trabajos en el ordenador, preparando las páginas para uno de los libros del programa de otoño. Pocas horas antes de la erupción me escribí con autores del libro literario de La Palma. El libro ya estaba en la imprenta y podía haber estado listo, si no fuera que dificultades de suministro de papel retrasaron la impresión. Les informé que el papel al fin había llegado y que podíamos empezar con la impresión. Al final del email les deseé todo lo mejor, diciéndoles que, en caso de que se produjera una erupción, esta no fuese tan fuerte. Pocas horas después se dio la situación. Posteriormente, todo fue como una adicción: interrumpía permanentemente mi trabajo y pulsaba en la cobertura informativa. Leía El Diario, El Time, El Apurón, entre otros; enlazaban reportajes en vídeo y ya seguía pulsando hasta terminar la cadena informativa. Encontraba transmisiones en vivo de las erupciones y de los ríos de lava que podía observar por horas. No podía dejar de ver películas horrorosas y veía cómo el flujo de lava impactaba las casas. Estas eran como seres vivientes que primero resistían, después temblaban y finalmente se desmoronaban. A menudo se incendiaban brevemente; el fuego salía por las ventanas y a continuación quedaban cubiertas por la lava. Parecía que nunca habían existido. Había cada vez más vídeos y fotos y me parecía que lo veía justo en el momento en el que sucedía. Ninguna erupción volcánica ha sido tan bien documentada como esta. Conocía muchas casas en los vídeos porque era mi zona. Después de que el flujo de lava se detuvo durante días en Todoque, pude ver cómo se puso nuevamente en movimiento. Un río de lava fresca y rápida lo había resucitado. El campanario de la iglesia de Todoque se cayó lentamente; el reloj daba las cinco y media. Mis libros no estaban listos para la Feria del Libro de Fránkfort. Solo el “Libro de viajes literarios La Palma” se publicó. Durante mi última estadía ya había empezado con el diseño general. Estuvimos repasando las traducciones. Algunos términos no se encontraban en ningún diccionario español-alemán. Estos términos son propios de ciertas zonas de las islas y describen situaciones geográficas especiales, así como sentimientos que quizás solo existen allí y son palabras hermosas, sonantes y que hacen sentir su significado.
Algunas encontramos en un “Diccionario canario-español”, como por ejemplo “magua”, un tipo especial de dolor, acompañado por la nostalgia, difícil de traducir al alemán. Incluso hubo una palabra que no pude encontrar en los diccionarios canarios.
No tradujimos la palabra sino el significado que supusimos. Después de que Ricardo Hernández Bravo obtuvo su galerada, me explicó que, al parecer, la palabra “lisura” solo existe en La Palma. Describe una pequeña nube redonda y compacta (por lo general en el cielo azul) que indica que lloverá. La nube, una luna de agua. Estuvo a favor de no explicar lisura con un comentario de pie de página; la poesía debía encontrarse en una página blanca para desarrollar su efecto.
Algunos árboles daban fruto dos veces al año, sin que hubiera tenido que preocuparme por ellos. Si no había nadie en casa, los vecinos los regaban. Al trabajar en el libro, comí muchas manzanas porque justo estaban maduras. Los higos todavía no. Hoy lo lamento haberme olvidado de las dulces moreras.
Un lindo recuerdo: la última vez que estuve allí, estuve pensando en una nube, comiendo lechuga y manzanas.
El nuevo flujo de lava en el norte pasó primero por el terreno, rodeando la casa vieja. El techo con el ático, hecho de madera joven, se quemó inmediatamente; en el interior se encontraba un bulto, negro y compacto, que consistía de la biblioteca de libros que me habían fascinado a lo largo de los años, de los libros de la editorial para la venta en la isla, de manuscritos y otras cosas del archivo de la editorial. Cuando los valientes muros gruesos de roca de lava de la vieja casa todavía resistían, la mayoría de las casas del pueblo vecino ya había desaparecido, al igual que nuestro jardín. Me parece que durante los primeros días todavía podía ver las puertas de madera de pino tea. Los vecinos mandaron un vídeo que muestra cómo la lava rodeaba el cuarto debajo de la terraza. Debido a que, durante un tiempo, el flujo daba una imagen espectacular delante de la casa, ésta aparecía a menudo en vídeos y en la compilación al final de la erupción. Tan arriba, cerca de la primera boca, fluía rápidamente, transportando rocas enormes. Directamente junto a la casa había un pequeño monte en el cual se encontraba un pino que había crecido después del incendio del 2016 y que tenía una copa casi redonda. (A lo largo de los años hubo varios incendios que casi nos alcanzan; los vecinos más jóvenes, una vez incluido yo, mojaron las casas día y noche con mangueras de jardín. En la Cabeza de Vaca floreció con especial intensidad en la primavera posterior). En este cerro se encontraban camarógrafos con máscaras antigás. Al final solo se veía la antigua palmera grande, al menos su contorno, como si fuera un fantasma. Era impresionante que resistiera tanto.
En algún momento se pudo leer:
“La velocidad inicial de este flujo se ralentizó, debido a que perdió la capacidad de flujo y aumentó la viscosidad por el material absorbido en su camino.”
Una sensación rara: parte de mi vida se encuentra entremezclado con el material que ahora está fundido con el nuevo terreno.
A menudo sueño con La Palma. Cada vez me perdía en los barrancos, cayéndome en la lava. Una vez estaba en la casa y sabía en el sueño que esto no era posible. Subía por la lava, pasando por la palmera e ingresando por el techo al cuarto grande; todavía estaban las baldosas rojas. Desde allí entraba al cuarto pequeño entre la cocina y el cuarto grande; cada cuarto tenía una puerta hacia afuera, típico para las casas viejas. En el cuarto se encontraba un pantalón ligero que me había regalado mi hermana, así como el vestido descolorido que me había comprado años antes en la isla – solo en La Palma usaba un vestido porque por lo general uso pantalones. Mi difunta hermana Nicola y su hija Sarah, mi sobrina y E., una de las nietas de vecino, también estaban allí. E. nos explicaba que la familia podía instalarse nuevamente. A continuación caminaba por una superficie de lava infinita para ir de compras; a la distancia se veía una ciudad. No era Los Llanos, ni el grupo de casas de Las Manchas o Todoque, sino los edificios en Fechenheim en mi tiempo de niñez.
Una y otra vez el jardín, el panorama, la casa y los animales retornan a mi memoria, aun si estoy dedicada a otras cosas. A esto se añaden cerros de fotos, tomado a lo largo de las últimas décadas, la luz juega en el jardín, las plantas, las frutas ... Y el algoritmo de Facebook repentinamente posts antiguos (casi espeluznante): “Tus recuerdos de Facebook”. También archivé capturas de pantalla de películas de flujos de lava que parecían salir del mismísimo infierno.
Una noche encontré un mapa con alturas de lava, creada por el cabildo, donde se podía ingresar la dirección y pulsar en ésta. Busqué El Frontón, 7 e hice clic: Altura de lava: 18 metros (actualizada el 18 de enero y corregida de 18 a 17 metros). El mapa se encuentra en opendatalapalma.es.
Estuve allí poco después del final de la erupción volcánica, en el pino de la calle San Nicolás, detrás de la cual El Frontón sale hacia abajo a la derecha. Tengo que ver todo. Otros no quieren verlo tan cerca. También estuve en la fiebre del almendro en flor en Puntagorda, Garafía y en El Paso, y en marzo y abril (mientras tanto, preparé la primera edición de este libro) en los bosques en flor de los alrededores de Mazo y Fuencaliente, también en los bosques de laurisilva y pinos, e imagino que algunas floraciones eran especialmente grandes en 2022. El suelo está lleno de ceniza de lava.
No son los minerales, que tardan mucho en disolverse, me dijo el autor José Antonio M. Corujo, pero quizá la ceniza evitó las plagas de insectos.
En el futuro visitaré la isla con frecuencia, aunque no quiero ser una carga para nadie, tal como lo solía decir la vecina. Lo perdido no me atormentara más. Tengo dificultades con ser huésped en casa de amigas. ¿Nos acostumbraremos a la remodelación del paisaje en el valle?
Cuando empezó la erupción del volcán, primero pensé asustada que ahora tenemos que incluir el volcán en el Libro de viajes literarios. Pero solo cambié el primer pliegue y la primera página. Retrospectivamente me alegro de que se imprimiera el libro antes de la erupción del volcán, porque si no, algunos textos se leerían con mayor tristeza. La mayoría de los textos del libro tratan de sectores de la isla que no han sido afectados por el volcán.
Si en algún momento habría una reedición, ingresaría las direcciones y los nombres de los desaparecidos en las fotos y en los textos. Por ejemplo, debajo de mi prólogo constaría “Calle El Frontón 7”, debajo del texto “El bulevar de los perros” diría “Calle Alcalá” y debajo de los poemas de Lucía Rosa González: El Pampillo (Todoque).
* Algunos visitantes y sus libros ambientados en la isla: Regina Nössler (Premio Alemán para la mejor Novela Negra): “Wanderurlaub” (Thriller). Un grupo y el guía de senderismo se encuentran por primera vez en el hotel. La naturaleza muestra su lado peligroso. Pero el verdadero peligro no está en la naturaleza. Los excursionistas están unidos, sin saberlo entre ellos, por el miedo al deterioro social. (El libro de no ficción más bonito sobre la naturaleza es “Vive La Palma. La Isla de La Palma – una guía para 12 meses” de Inés Dietrich, que ha vivido en la isla durante mucho tiempo, en el norte, en el oeste y ahora cerca de Mazo). Udo Rabsch (Premio de Literatura de los Médicos, finalista del Premio Döblin): novelas “Tazacorte”, “Caimán a la izquierda” y “El perro amarillo”. El escenario de esta novela histórica es La Bombilla, partes de esta también juegan en los Campanarios in Jedey y en nuestra aldea familiar y trata del encuentro entre una mujer que huyó de la persecución en el Tercer Reich y alguien que llegó después y del que sospecha que estuvo entre los asesinos de sus hermanas; “sus descripciones del paisaje realmente impresionan” escribió un revisor. Yoko Tawada (escribe en japonés y en alemán y fue galardonada, entre otros, con el premio Kleist), después de su estadía en la isla en los tempranos años 90, escribió una novela corta en japonés con matiz surrealista acerca de una traductora. La historia juega en la casa. El texto apareció en Japón y, al hojear el libro con los caracteres japoneses indescifrables para mí, me imaginaba lo que relataba, formándose una novela imaginaria en mi cabeza. El año pasado tradujimos un amplio extracto de un texto para el Libro de viajes literarios. Dagmar Fedderke de París, Sigrun Casper de Berlín, Ulrike Voss, la isla se muestra en muchas historias. Hubo encuentros con escritores de La Palma, por ejemplo en las Noches de Literatura Canaria bilingüe que organizamos desde 2005. Música y lecturas en directo, a las que se sumaron Ima Galguén y otros músicos. La primera vez tuvo lugar en el Teatro Chico de Santa Cruz, con Antonio Abdo y Pilar Rey y otros, luego en varias salas culturales y en la Casa Massieu, donde también se celebró la Feria de Otoño.